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lunes, 16 de mayo de 2011

Texto para la actividad

EL CRIMEN  CASI PERFECTO


La coartada de los tres hermanos de la suicida fue verificada. Ellos no habían mentido. El mayor, Juan, permaneció  desde las cinco  de la tarde hasta las doce de la noche (la señoraStevens se suicidó entre las siete y diez de la noche) detenido en una comisaria por su participación imprudente en un accidente  de tránsito.  El segundo  hermano,  Esteban, se contraba en el pueblo de Lister desde las seis de la tarde de aquel día hasta las nueve del siguiente, y en cuanto al tercero, el doctor  Pablo, no se había apartado ni un momento del laboratorio  de análisis de leche de la Erpa Cia., donde estaba adjunto  a la sección de dosificación de mantecas en las cremas.

Lo más curioso del caso es que aquel día los tres hermanos  almorzaron  con la suicida para festeja r su cumpleaños,  y ella, a su vez, en ningún  momento  dejó traslucir su intención funesta. Comieron  todos alegremente;  luego a las dos de la tarde, los hombres se retiraron.

-El asunto  no era fácil. Las primeras pruebas, pruebas mecánicas como  las llamaba  yo, nos inclinaban a aceptar que la viuda se había quitado  la vida por su propia mano, pero la evidencia de que ella estaba distraída leyendo un periódico  cuando  la sorprendió  la
muerte, transformaba  en disparatada la prueba mecánica del suicidio.

Tal era la situación  técnica del caso, cuando yo fui designado por mis superiores para
continuar ocupándome  de él. En cuanto  a los informes  de nuestro gabinete de análisis, no
cabía  dudar. Únicamente en el vaso, donde la señora Stevens había bebido, había veneno.
EL agua y el whisky de las botellas eran completamente  inofensivos. Por otra parte, la declaración del portero era terminante:  nadie había visitado a la señora Stevens después de  que él le alcanzó el periódico; de manera que si yo, después de algunas investigaciones superficiales, hubiera cerrado el sumario informando  de un suicidio comprobado, mis superiores no hubiesen podido objetar palabra. Sin embargo, para mi cerrar el sumario significaba confesarme fracasado. La señora Stevens había sido asesinada, y había un indicio que me lo comprobaba:

¿Dónde se hallaba  el envase que contenía el veneno antes de que ella lo arrojara  a su bebida? Por más que nosotros revisáramos el departamento, no nos fue posible descubrir la caja, el sobre o el frasco que contuvo el tóxico. Aquel indicio resultaba extraordinariamente sugestivo.

Además había otro: los hermanos de la muerta  eran tres bribones.

Los  tres, en menos de diez años, habían despilfarrado los bienes que heredaron de sus adres. Actualmente  sus medios de vida no eran del todo satisfactorios
El cadáver  fue descubierto por el portero  y la sirvienta  a las siete de la mañana, hora en que esta, no pudiendo abrir la puerta porque las hojas estaban aseguradas por dentro con cadenas de acero, llamó en su auxilio al encargado  de la casa. A las once de la mañana,  como creo haber dicho anteriormente,  estaban en nuestro poder los informes  del laboratorio  de análisis, a las tres de la tarde abandonaba yo la habitación  en que quedaban detenida la sirvienta, con una idea brincando  en el magín: ¿y si alguien  había entrado  en el departamento de la viuda rompiendo  un vidrio de la ventana  y colocando otro después que volcó el veneno en el vaso? Era una fantasía de novela policial, pero convenía confirma la hipótesis.

Salí decepcionado  del departamento. Mi conjetura  era absolutamente  disparatada: la masilla solidificada no revelaba mudanza alguna.

Eché a caminar  sin prisa. El "suicidio"  de la señora Stevens me preocupaba (diré una enormidad)  no policialmente, sino deportivamente. Yo estaba en presencia de un asesino sagacísimo, posiblemente uno de los tres hermanos que había utilizado un recurso simple y complicado, pero imposible de presumir en la nitidez  



Absorbido por mis cavilaciones, entré en un café y tan identificado  estaba en mis conjeturas, que yo, que nunca bebo bebidas alcohólicas, automáticamente  pedí un whisky. ¿Cuánto tiempo  permaneció el whisky servido frente a mis ojos? No lo sé;  pero de pronto  mis ojos vieron el vaso de whisky, la garrafa de agua y el plato con trozos de hielo. Atónito quedé mirando el conjunto aquel. De pronto, una idea alumbró  mi curiosidad, la al camarero, le pagué la bebida que no había tomado subí apresuradamente  a un automóvil y me dirigí a  la casa de la sirvienta.  Una hipótesis daba grandes saltos _ mi cerebro. Entré en la habitación  donde estaba detenida, me senté frente  a ella y le dije:
-Míreme bien y fíjese en lo que me va a contestar:
señora Stevens, ¿tomaba  el whisky con hielo o sin hielo?
-Con hielo, señor.
-¿Dónde compraba  el hielo?
-No lo compraba,  señor. En casa había una heladera pequeña que lo fabricaba en pancitos. -Y la criada iluminada  prosiguió,  a pesar de su estupidez. -Ahora que me acuerdo, la heladera, hasta ayer, que vino el señor Pablo, estaba descompuesta.  Él se encargó  de arreglarla en un momento.

 
Una hora después nos encontrábamos  en el departameno de las suicida  el qu·mico de nuestra oficina de análisis, el técnico de la fábrica que había vendido la heladera  a la señora Stevens y el juez del crimen. El técnico  retiró el agua que se encontraba  en el depósito congelador de la heladera y varios pancitos de hielo. El químico  inició la operación  destinada a revelar  la presencia del tóxico, y a los pocos minutos pudo manifestarnos:
-el  agua está envenenada y los panes de este hielo están fabricados con agua envenenada.
Nos miramos jubilosamente. El misterio  estaba desentrañado.
Ahora era un juego reconstruir el crimen.  El doctor Pablo, al reparar el fusible de la heladera defecto que localizó el técnico). arrojó en el depósito congelador una cantidad de cianuro  disuelto. Después, ignorante  de lo que aguardaba, la señora Stevens preparó un whi sky; del depósito retiró un pancito de hielo (lo cual explicaba que el plato con hielo disuelto  se encontrara  sobre la mesa). el cual, al desleírse en el alcohol, lo envenenó poderosamente debido  a su alta concentración. Sin imaginarse que la muerte la aguardaba en su vicio, la señora Stevens se puso a leer el periódico hasta que, juzgando el whisky suficientemente enfriado, bebió un sorbo. Los efectos no se hicieron  esperar.

No quedaba sino ir en busca del veterinario. Inútilmente lo aguardamos en su casa. igoraban dónde se encontraba. Del laboratorio  donde trabajaba nos informaron que llega ría a las diez de la noche.

A las  once,  yo, mi supervisor y el juez nos presentamos en el laboratorio de la  Erpa.El doctor Pablo, en cuanto nos vio comparecer en grupo, levantó el brazo como si quisiera anatematizar nuestras investigaciones, abrió la boca y se desplomó  inerte junto a la mesa de mármol. Lo había matado un síncope. En su armario  se encontraba  un frasco veneno. Fue el asesino más ingenioso que conocí.

Roberto Arlt. En revista La Maga, edición  especial de colección  Relatos policiales, N• 21, junio de 1996.