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martes, 31 de mayo de 2011
lunes, 16 de mayo de 2011
Texto para la actividad
EL CRIMEN CASI PERFECTO
La coartada de los tres hermanos de la suicida fue verificada. Ellos no habían mentido. El mayor, Juan, permaneció desde las cinco de la tarde hasta las doce de la noche (la señoraStevens se suicidó entre las siete y diez de la noche) detenido en una comisaria por su participación imprudente en un accidente de tránsito. El segundo hermano, Esteban, se contraba en el pueblo de Lister desde las seis de la tarde de aquel día hasta las nueve del siguiente, y en cuanto al tercero, el doctor Pablo, no se había apartado ni un momento del laboratorio de análisis de leche de la Erpa Cia., donde estaba adjunto a la sección de dosificación de mantecas en las cremas.
Lo más curioso del caso es que aquel día los tres hermanos almorzaron con la suicida para festeja r su cumpleaños, y ella, a su vez, en ningún momento dejó traslucir su intención funesta. Comieron todos alegremente; luego a las dos de la tarde, los hombres se retiraron.
-El asunto no era fácil. Las primeras pruebas, pruebas mecánicas como las llamaba yo, nos inclinaban a aceptar que la viuda se había quitado la vida por su propia mano, pero la evidencia de que ella estaba distraída leyendo un periódico cuando la sorprendió la
muerte, transformaba en disparatada la prueba mecánica del suicidio.
Tal era la situación técnica del caso, cuando yo fui designado por mis superiores para
continuar ocupándome de él. En cuanto a los informes de nuestro gabinete de análisis, no
cabía dudar. Únicamente en el vaso, donde la señora Stevens había bebido, había veneno.
EL agua y el whisky de las botellas eran completamente inofensivos. Por otra parte, la declaración del portero era terminante: nadie había visitado a la señora Stevens después de que él le alcanzó el periódico; de manera que si yo, después de algunas investigaciones superficiales, hubiera cerrado el sumario informando de un suicidio comprobado, mis superiores no hubiesen podido objetar palabra. Sin embargo, para mi cerrar el sumario significaba confesarme fracasado. La señora Stevens había sido asesinada, y había un indicio que me lo comprobaba:
¿Dónde se hallaba el envase que contenía el veneno antes de que ella lo arrojara a su bebida? Por más que nosotros revisáramos el departamento, no nos fue posible descubrir la caja, el sobre o el frasco que contuvo el tóxico. Aquel indicio resultaba extraordinariamente sugestivo.
Además había otro: los hermanos de la muerta eran tres bribones.
Los tres, en menos de diez años, habían despilfarrado los bienes que heredaron de sus adres. Actualmente sus medios de vida no eran del todo satisfactorios
El cadáver fue descubierto por el portero y la sirvienta a las siete de la mañana, hora en que esta, no pudiendo abrir la puerta porque las hojas estaban aseguradas por dentro con cadenas de acero, llamó en su auxilio al encargado de la casa. A las once de la mañana, como creo haber dicho anteriormente, estaban en nuestro poder los informes del laboratorio de análisis, a las tres de la tarde abandonaba yo la habitación en que quedaban detenida la sirvienta, con una idea brincando en el magín: ¿y si alguien había entrado en el departamento de la viuda rompiendo un vidrio de la ventana y colocando otro después que volcó el veneno en el vaso? Era una fantasía de novela policial, pero convenía confirma la hipótesis.
Salí decepcionado del departamento. Mi conjetura era absolutamente disparatada: la masilla solidificada no revelaba mudanza alguna.
Eché a caminar sin prisa. El "suicidio" de la señora Stevens me preocupaba (diré una enormidad) no policialmente, sino deportivamente. Yo estaba en presencia de un asesino sagacísimo, posiblemente uno de los tres hermanos que había utilizado un recurso simple y complicado, pero imposible de presumir en la nitidez
Absorbido por mis cavilaciones, entré en un café y tan identificado estaba en mis conjeturas, que yo, que nunca bebo bebidas alcohólicas, automáticamente pedí un whisky. ¿Cuánto tiempo permaneció el whisky servido frente a mis ojos? No lo sé; pero de pronto mis ojos vieron el vaso de whisky, la garrafa de agua y el plato con trozos de hielo. Atónito quedé mirando el conjunto aquel. De pronto, una idea alumbró mi curiosidad, la al camarero, le pagué la bebida que no había tomado subí apresuradamente a un automóvil y me dirigí a la casa de la sirvienta. Una hipótesis daba grandes saltos _ mi cerebro. Entré en la habitación donde estaba detenida, me senté frente a ella y le dije:
-Míreme bien y fíjese en lo que me va a contestar:
señora Stevens, ¿tomaba el whisky con hielo o sin hielo?
-Con hielo, señor.
-¿Dónde compraba el hielo?
-No lo compraba, señor. En casa había una heladera pequeña que lo fabricaba en pancitos. -Y la criada iluminada prosiguió, a pesar de su estupidez. -Ahora que me acuerdo, la heladera, hasta ayer, que vino el señor Pablo, estaba descompuesta. Él se encargó de arreglarla en un momento.
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-el agua está envenenada y los panes de este hielo están fabricados con agua envenenada.
Nos miramos jubilosamente. El misterio estaba desentrañado.
Ahora era un juego reconstruir el crimen. El doctor Pablo, al reparar el fusible de la heladera defecto que localizó el técnico). arrojó en el depósito congelador una cantidad de cianuro disuelto. Después, ignorante de lo que aguardaba, la señora Stevens preparó un whi sky; del depósito retiró un pancito de hielo (lo cual explicaba que el plato con hielo disuelto se encontrara sobre la mesa). el cual, al desleírse en el alcohol, lo envenenó poderosamente debido a su alta concentración. Sin imaginarse que la muerte la aguardaba en su vicio, la señora Stevens se puso a leer el periódico hasta que, juzgando el whisky suficientemente enfriado, bebió un sorbo. Los efectos no se hicieron esperar.
No quedaba sino ir en busca del veterinario. Inútilmente lo aguardamos en su casa. igoraban dónde se encontraba. Del laboratorio donde trabajaba nos informaron que llega ría a las diez de la noche.
A las once, yo, mi supervisor y el juez nos presentamos en el laboratorio de la Erpa.El doctor Pablo, en cuanto nos vio comparecer en grupo, levantó el brazo como si quisiera anatematizar nuestras investigaciones, abrió la boca y se desplomó inerte junto a la mesa de mármol. Lo había matado un síncope. En su armario se encontraba un frasco veneno. Fue el asesino más ingenioso que conocí.
Roberto Arlt. En revista La Maga, edición especial de colección Relatos policiales, N• 21, junio de 1996.
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